La inundación en La Plata
La gestión del agua ha sido, quizá, una de las primeras características que marcaron el nacimiento de las civilizaciones. Desde aquello que contaba Herodoto sobre el antiguo Egipto como “don del Nilo” hasta las sociedades hidráulicas descriptas por Wittfogel, que originan y estructuran la economía y sociedad china en sus orígenes, es en esas albas donde aparece el fenómeno del excedente económico, en ambos casos agrario, donde la superación del autoconsumo origina fenómenos tan particulares como el Estado, las jerarquías en la sociedad, y quien produce, se apropia y usa ese excedente.
La monetización del lazo social, la acumulación de capital, la industrialización, marcaron nuevas formas sociales, diversas según los países. La modernidad hará de la ciudad algo más que un concepto urbano: será la forma particular de la puesta en el espacio de las relaciones económicas y sociales que ella produce. Al mismo tiempo, será el poder real que defina qué áreas en el territorio corresponderán a viviendas –y de qué clase– o a producción –de qué cosas–. A cada cual le tocará una parte de ese excedente, ya bajo forma capitalista, que estará signado en su lugar y condición de trabajo, salubridad de su residencia, calidad de vida. El tejido urbano define el acceso a los derechos y quiénes son sujetos de derecho
En ese contexto, la ciudad de La Plata es una de las ciudades con mayor significado histórico de la Argentina. Nació en 1882 como garantía de la unión nacional después de las guerras por la federalización de Buenos Aires. Al mismo tiempo, fue diseñada en el papel antes que en la realidad; así, su racionalidad urbanística la convertía en un ejemplo a nivel mundial para su época. Además, creció en torno de su Universidad, que era un centro cultural y educativo de atracción para sus ciudadanos y para estudiantes de todo el país y aun de América latina. Fue una de las cunas del Reformismo Universitario de 1918. Para la generación de 1880 que la creó, era la ciudad ideal de la Argentina “civilizada”.
Después, con el paso de los decenios, La Plata se convirtió en una de las principales ciudades del país y en un importante centro industrial. En efecto, cuando cruje el modelo agroexportador, surgen fábricas y trabajadores no previstos en aquellos planos originales. Para ellos serán los suburbios del centro urbano, donde surgirán barriadas populares, para nombrar algunos como Los Hornos, Villa Elvira, San Carlos, El Retiro, Tolosa, Ringuelet, Abasto, Olmos; o el Mondongo, Meridiano V y La Loma que, dentro del casco, están lejos del centro.
El poder económico define así un centro pudiente que se convierte en ciudad y reenvía a los sectores populares a las barriadas que se convierten en zonas suburbanas. Aquel poder económico que en las ciudades marca las diferencias en nombre del “estatus” la quisiera heredera de aquella premiada en la exposición universal de Paris en 1889. Sin embargo, la fuerte diferenciación con los sectores populares “relegados” a la periferia, sometidos al azar de las especulaciones inmobiliarias, a los terrenos menos valorizables, a la propiedad precaria de la tierra, habla a las claras de lo ficticio de tal propuesta. Aquellas localidades no estaban planificadas, como tampoco las ideas que superarían la visión liberal dominante del siglo XIX.
Las expresiones políticas populares pelearon, y pelean, por igualar condiciones de existencia, lo que significa el acceso pleno a la ciudadanía (de eso se tratan… las ciudades). También, según los tiempos, sufrieron represiones: sabemos con qué saña sufrió La Plata durante la dictadura. Así, a la invisibilidad del sujeto político sucedía y complementaba la anulación del sujeto social.
“No todos morían”, decía La Fontaine de la peste, “pero todos quedaban golpeados”. Así estamos. Hay algo de eso en la catástrofe que se llevó vidas irreemplazables, destruyó casas y bienes. “Lo perdí todo” es la frase que muchas veces se escucha, aun en boca de quienes muy poco tenían. Como frente a toda crisis, no se la espera, no hay tiempo, no sobran recursos para responder. La naturaleza parece vengarse y quedamos exánimes frente a su furia. Pero hay una sociedad que responde. No es sólo la sociedad pulcra que a veces los medios intentan mostrar, como apolítico compromiso si tal cosa existe. Sino la muestra de una sociedad comprometida en el ejercicio de la solidaridad.
¿Qué es eso? “Es primero el hecho de una cohesión, de una interdependencia, de una comunidad de intereses, o de destino. Ser solidarios, en ese sentido, es pertenecer a un mismo conjunto, y compartir en consecuencia –se lo quiera o no, se lo sepa o no– una misma historia. Solidaridad objetiva, se diría: es lo que distingue a una piedra o canto rodado de los granos de arena, y a una sociedad de una multitud”, señala el filósofo Comte-Sponville. La solidaridad subjetiva implica la toma de conciencia de esa comunidad de intereses, los agrupa, organiza y despliega en la recolección de lo más urgente y básico, comida, ropa, colchones, elementos de limpieza; su transporte y distribución, a veces dificultosa por la magnitud del drama y por la temporalidad que exige.
Esa solidaridad es eminentemente política. Viene del griego “polis”, o ciudad, y por ello habla de los ciudadanos –es decir: todos– y del acceso a sus derechos. No debería escandalizar a nadie la presencia de partidos, movimientos sociales y agrupaciones. Por el contrario, eso demuestra la generosidad de la militancia política. Esa generosidad consiste en renunciar a intereses propios, en liberarse del egoísmo. Más aún: a veces para concretarse suele requerir coraje y hasta heroísmo. Sin exigir reciprocidad alguna. Compañeras y compañeros que frente a lo irreparable también tuvieron que contener dolores infinitos.
Es lo que pude ver el jueves por la noche, cómo de manera espontánea y organizada se acercaban numerosas personas, estudiantes, militantes, pero principalmente lo que allí se visualizaban eran jóvenes. Jóvenes con ganas de ayudar, de colaborar y de reparar los efectos de la tragedia. La decana de periodismo de la UNLP, Florencia Saintout, hablaba de esa autonomía universitaria resignificada, que se aleja del autismo para ejercer desde la academia la libertad a través del compromiso real con la sociedad.
Allí en el segundo piso, con el Cuervo, con Wado, con Mariano, con Edgardo y tantos otros, mapa sobre la mesa, lápiz en mano y celulares en la oreja, compañeros y compañeras recibían las demandas de tal barrio, las dificultades en tal otro, a la espera de nuevos camiones que descargar, clasificar y distribuir. Ya. Aquél se ocupa de los bienes necesarios; éste de los barrios; ése de los camiones. Y preparar el fin de semana para las jornadas solidarias. Aquí no se duerme. No se puede dormir. Allí estaban, están, estarán, no todas pero sí algunas de las mejores muestras de solidaridad y de generosidad.
Como la Presidenta que no se toma vacaciones, y que estuvo allí, instruyendo la ayuda y la auditoría sobre la forma en la cual se gestiona el agua en la ciudad. Las donaciones de tantas y tantos ciudadanas y ciudadanos que dicen “quiero ayudar” y lo hacen. La decisión del Estado de aumentar la asignación y subsidios a los afectados, direccionando excedente económico no en virtud de las llamadas leyes del mercado sino de la necesidad nacional y del desarrollo en conjunto. En fin, la solidaridad y la generosidad de ciudadanos que quieren que los más golpeados sigan siendo ciudadanos…
Esa respuesta como colectividad nacional y como comunidad local es, dentro de la tragedia, una muestra de los nuevos tiempos que vivimos, que nos merecemos vivir. Y es una nueva práctica social, que seguramente, se quedó para instalarse como parte de un cotidiano; signado, principalmente por la solidaridad. En la Argentina, sin duda, y en La Plata, mi ciudad natal.
* Diputado nacional FPV
Fuente: Miradas al Sur, 07.04.13
Responder