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Nuevos desafíos para Latinoamérica

LA CONSOLIDACION PROGRESISTA ENFRENTA AL RESURGIMIENTO DE LA DERECHA

Mientras los gobiernos posneoliberales de la región han sorteado con éxito la crisis del capitalismo en los países centrales, el nuevo intento estadounidense por reconquistar el patio trasero encuentra obstáculos insalvables.

Por Alfredo Serrano Mancilla *

La débil Alianza Pacífico

Después del intento fallido del ALCA como mecanismo para replicar la doctrina Monroe y/o la Alianza para el Progreso en el siglo XXI, Estados Unidos sigue empecinado en dominar a su patio trasero. El capital transnacional opera como siempre: expansionismo desesperado en momentos de tambaleo de la tasa de ganancia en el centro de la economía del mundo. En todo esto, América latina fue sin duda uno de los lugares más deseados para estos hombres de negocios. Pero no toda la región aceptó esta política basada en la acumulación por desposesión que permite un capitalismo a favor de la concentración de riqueza.

La Alianza Pacífico es una muestra más de este contraataque neoliberal. Esta coalición de México, Colombia, Perú y Chile, con el inminente arribo de Costa Rica, se constituye en una suerte de new age del neoliberalismo. A partir de una iniciativa del presidente peruano Alan García allá por el año 2011, y con Colombia en la punta, con un Santos representante del nuevo formato de presidente conservador, pero moderno, aparentemente conciliador, y más “amigo” de sus enemigos geopolíticos regionales, se fue conformando esta Alianza Pacífico que procura ser el bloque regional antiprogresista. De reciente creación, del 6 de junio del 2012, se ha sucedido un proceso acelerado de consolidación de esta propuesta. No es sólo un bloque comercial; apunta a un nivel superior. Esta coalición continúa creando múltiples estadios de integración. En lo comercial, son los Tratados de Libre Comercio con EE.UU. y UE; más bobo aperturismo frente a países que son exageradamente proteccionistas a favor de sus grandes empresarios. En lo financiero, apuntan a una integración de los mercados bursátiles. En lo productivo, transnacionalizan la producción de tal manera que el valor se fugue hacia el exterior y en el país sólo queden indignos salarios y mucha pobreza.

Sin embargo, en la Alianza Pacífico, no es oro todo lo que reluce. Ni en lo económico, ni en lo político, y muchos menos en lo social. Esta alianza es más un intento desde afuera que una propuesta desde adentro. Un dato constata esto: el comercio en esta intrazona es ínfimo, sólo representa el 2 por ciento de su total exportado. Son países-dependientes de la inversión extranjera directa. En términos de integración, la Alianza Pacífico no es tan compacta como aparenta. Uno de sus integrantes, México, nunca miró mucho al Sur desde que fue capturado por el Norte. Chile tampoco se caracteriza por ser un país muy relacionado en el continente. En cambio, Colombia y Perú sí son realmente los centros de gravitación de este proyecto. Pero éstos no pasan por su mejor momento político ni social. Ambos presidentes, Santos y Humala, han descendido en su valoración; el colombiano ha bajado en septiembre al 34 por ciento en aprobación; el peruano ya tiene el 67 por ciento de desaprobación. La protesta social es cada vez más visible y creciente en todos estos países. Las calles están llenas de pueblo rechazando todas sus políticas. En México se resiste a la reforma educativa, la privatización de Pemex y la última reforma tributaria. En Chile se viene dando una protesta continua en contra de la educación privada. En Perú también han sido masivas las manifestaciones de médicos, trabajadores públicos y estudiantes. El epicentro de estas movilizaciones sociales, indudablemente, está en Colombia, en la que se está produciendo un paro campesino duradero que centra su demanda no sólo en aspectos coyunturales, sino que persigue un cambio estructural de la política, en la que no quepan TLC, ni la tierra tan antidemocráticamente repartida. El paro fue campesino y agrario, pero a éste se le sumaron tantos otros sectores sociales dando señales de que los colombianos están ya hartos de esta democracia aparente con exceso de capitalismo neoliberal.

Todas esas movilizaciones sociales recorren el Pacífico en rechazo a esa nueva propuesta, pero de viejas y conocidas nefastas consecuencias. Esta Alianza busca la latinoamericanización del modelo fracasado europeo y estadounidense: patrón económico de crecimiento empobrecedor, de migajas distribuidas para las mayorías a cambio de mucha riqueza para unos pocos. Es una vez más un pacto por arriba sin contar con los de abajo; es el enésimo intento de construir más Norte en el Sur. América latina ya le dijo una vez No al ALCA, y no es de extrañar que le profiera otro nuevo No a esta suerte de proceso de desintegración social que puede sobrevenir en el Pacífico. En el otro lado, en la integración con rostro humano, están el ALBA, la Unasur, y hasta me atrevo a decir que el Mercosur.

* Doctor en Economía.

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Por Emir Sader *

La continuidad posneoliberal

America latina no podía funcionar. Fue creada por los colonizadores para no funcionar, para ser eternamente subalterna al mundo “civilizado”. Para entregarle sus materias primas y su fuerza de trabajo superexplotada y honrar a sus señores europeos. América latina fue colonizada para ser colonia y sentirse colonizada y supeditarse a las metrópolis y al Imperio.

Aun más, cuando las alternativas parecían desaparecer, sólo le quedaría a America latina imitar, de forma mecánica, el modelo único consagrado por el centro del capitalismo. Y así fue por un tiempo. America latina fue el continente con más gobiernos neoliberales y el de sus modalidades más radicales.

Una ola devastadora que liquidó, entre otros, al Estado social chileno y a la autosuficiencia energética de Argentina, además de dejar al continente como una región intranscendente en el plano internacional, de bajo perfil, subordinada a las potencias del centro del sistema, intensificando aun más la desigualdad y miseria entre nosotros.

Pero de repente, el fracaso de los gobiernos neoliberales generó la elección de una serie de gobiernos que se han elegido con el compromiso de superar ese modelo y construir sociedades más justas, menos desiguales, soberanas en el plano internacional.

Fue así como la región se ha vuelto la única en el mundo con gobiernos antineoliberales que, además, han pasado a construir procesos de integración regional autónomos respecto de Estados Unidos. Aun cuando surgió la profunda y prolongada crisis económica –que recién cumplió cinco años de duración– en los países del centro del capitalismo, esos países latinoamericanos antineoliberales no han dejado de expandir sus economías y, sobretodo, de combatir la miseria y la desigualdad.

Entre sus adversarios –en la derecha y en la ultraizquierda– inicialmente ese fenómeno generó desconcierto. No era posible que con la recesión mundial –que siempre había arrastrado a todos nuestros países al estancamiento y retroceso–, países como Argentina, Bolivia, Brasil, Uruguay, Ecuador y Venezuela resistieran a la crisis.

Después de haber denunciado a esos gobiernos como propagadores de ilusiones, han tenido que aceptar que nuestra situación es distinta a la de los países del centro del sistema y de aquéllos, en la región, cuyos gobiernos mantenían sus orientaciones neoliberales. Ya no podían decir que las situaciones favorables de nuestros países se debían a un marco internacional favorable, porque ese marco había cambiado radicalmente.

Hubo quienes cerraron los ojos a los grandes avances sociales de países del continente más desigual en el mundo, queriendo descalificar sus políticas, reduciendo las orientaciones de esos gobiernos a lo que consideran modelos exportadores basados en la devastación de los recursos naturales. Como resultado, todos los que propugnan esos planteos han sido rechazados por los pueblos de esos países que los han reducido a fuerzas sin ningún apoyo popular ni expresión política.

Las aves de rapiña seguían esperando indicios de problemas que pudieran –aun después de una década del éxito de las políticas posneoliberales de esos gobiernos– comprobar sus aciagas previsiones. Se ha formado una coalición internacional entre fuerzas de derecha y de ultraizquierda para atacar a los gobiernos progresistas de America latina, porque el éxito de líderes como Hugo Chávez, Lula, Dilma, Néstor y Cristina Kirchner, Evo Morales, Rafael Correa, Pepe Mujica, entre otros, hacía insostenibles sus posiciones.

Bastaba que surjan problemas en alguno de esos países cualquiera que fuera su razón –incluso las presiones recesivas continuadas desde el centro del sistema– para que se renovaran los artículos en la prensa o las previsiones de opositores sin apoyo popular, diciendo que finalmente se agotaba el modelo alternativo de crecimiento con distribución de renta de esos gobiernos.

Porque era insostenible para ellos que Carlos Andrés Perez, Acción Democrática, y Coppei fracasaran, y que Hugo Chávez funcionara. Que Cardoso hubiera fracasado y Lula funcionara. Que sus queridos Carlos Menem y De la Rúa hubieran fracasado espectacularmente y que Néstor y Cristina hayan funcionado. Que Sánchez de Lozada hubiera salido del gobierno expulsado por el pueblo para refugiarse en EE.UU. y Evo Morales funcione. Que los gobiernos de derecha, en Uruguay, hayan fracasado y los del Frente Amplio funcionen. Que lo mismo pase en Ecuador, con el éxito de Rafael Correa.

Ya no son gobiernos efímeros, todos ya se han reelegido y/o elegido a sus sucesores y siguen teniendo posibilidades de seguir con sus gobiernos o elegir sus sucesores promoviendo una segunda década posneoliberal en America latina.

Sin embargo, según la receta neoliberal y la de la ultraizquierda, esos gobiernos no podían funcionar. Tenían que fracasar para demostrar la verdad del “pensamiento único” y del Consenso de Washington. Los gobiernos populares de amplia alianza política no podían consolidarse y obtener gran y renovado apoyo popular. Porque serían dirigidos por líderes que habrían “traicionado” la confianza popular. Sin embargo, en la realidad, los pueblos los han escogido y reafirmado como sus líderes.

Esa situación se ha consolidado de tal forma que las oposiciones en cada país no encuentran espacio ni liderazgos ni plataformas alternativas. O callan sobre lo que harían en caso de que triunfaran, o confiesan que volverían a las fórmulas neoliberales: menos Estado, duro ajuste fiscal, privatizaciones, política externa de vuelta a la subordinación a los EE.UU.

Es que los gobiernos posneoliberales han logrado volverse hegemónicos en cada uno de nuestros países. De ahí su legitimidad y su capacidad de enfrentamiento de los problemas que tienen por delante, así como sus formas de renovación para seguir dando continuidad a sus programas de prioridad de las políticas sociales, de los procesos de integración regional y del rol del Estado como inductor del crecimiento económico y garantía de los derechos sociales de todos. Negando a todos los que creían que America latina no podía resultar.

* Intelectual brasileño. Autor de El Nuevo Topo. Los caminos de la izquierda latinoamericana (Siglo XXI).

Fuente: Página 12, 20.09.13

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